Día a día, ha sido un reto para todos los profesionales: íbamos conociendo más sus características, signos y síntomas asociados, íbamos sabiendo cómo atenderlos y cuidarlos mejor, íbamos mejorando nuestros circuitos limpios y contaminados, íbamos mejorando la protección adecuada … y, a la vez, adaptándonos a todo el cambio de organización que ha habido en la asistencia sanitaria.
Uno de
los grandes cambios fue el suspender las visitas a los pacientes. Fue una decisión generalizada en todos los
hospitales y quizás necesaria en ese momento teniendo en cuenta la gravedad de
la epidemia, y, así, evitar los contactos de riesgo y optimizar el uso de
equipos de protección.
Pero
ahora que estamos en una nueva fase de desescalada, que las instituciones
sanitarias se van organizando y los recursos empiezan a ajustarse mejor a la
demanda actual, pienso que es hora de retomar ese derecho fundamental de los
pacientes: recibir compañía de sus seres
queridos.
Una
parte fundamental de esos cuidados es conseguir que el paciente venza el
miedo que produce la enfermedad, que luche y que su estado anímico
favorezca al sistema inmunológico.
Al igual
que con los neonatos prematuros, se estudió y se demostró
científicamente que el contacto piel con piel con los padres era igual de
beneficioso para el pronóstico que otros cuidados intensivos medicalizados.
Aunque
los profesionales intentaban suplir esa falta de los seres queridos y anotaban
su nombre en el gorro o la bata para ser identificados, facilitaban las
llamadas, informaban por teléfono y los acompañaban en la medida de lo posible,
no es suficiente.
Me
gustaría hacer un llamamiento para recuperar el derecho de los pacientes ingresados
por coronavirus o no y sus familiares a recibir al menos una visita al día que
les infunda esa parte de ánimo, de esperanza y de atenciones que sólo pueden
dar los seres queridos.
Humanicemos
también la epidemia.
Elena Revilla Trujillo. R2 Enfermería Familiar y Comunitaria
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