jueves, 10 de marzo de 2016

El dolor de las mujeres: con sexo pero sin género


Según la última Encuesta Nacional de Salud del 2011/2012 del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad: Calidad de vida relacionada con la salud en adultos, publicada en el 2014, el 35% de la población declara problemas de dolor y malestar, afectando con más frecuencia a la población femenina que a la masculina (32,1% las mujeres frente al 18,3% de los hombres). 

En la misma dirección, la Encuesta Europea de Salud en España 2014, indica que con la edad aumenta la proporción de personas que sufren dolor y la intensidad del mismo. Al considerar la población mayor de 65 años, la proporción de mujeres que  declara sufrir problemas de dolor/malestar alcanza el 50%, siendo el dolor severo o extremo en el 10,96%, frente al 5,5% de los hombres de este mismo grupo de edad. En población de 85 y más años, la proporción de personas que sufre algún grado de dolor es del 73,06% (78,69% mujeres y 62,68% hombres).

La influencia del sexo en el dolor ha despertado el interés clínico en las dos últimas décadas, ya que hasta mediados de los años 90  la literatura científica  no empezó  a estudiar las diferencias en el dolor en función del sexo y del género

Los estudios epidemiológicos realizados en población general han puesto de manifiesto que la experiencia dolorosa es universal y el dolor un problema de salud pública con repercusión en la calidad de vida de las personas que lo padecen. De los datos conocidos se desprende que la prevalencia de dolor es más elevada en las mujeres para todas las edades y en ellas es más frecuente la presentación de dolor severo o extremo, siendo más del doble que en hombres en algunos grupos de edad.

La evidencia acumulada en los últimos 15-20 años indica que las mujeres tienen mayor  riesgo y mayor sensibilidad para muchas condiciones de dolor clínico y hay indicios de que el dolor, producido por ciertos procedimientos utilizados en clínica puede ser más severo entre mujeres que en hombres. Además algunos estudios han observado diferencias en la capacidad de respuesta a las intervenciones farmacológicas y no farmacológicas para el dolor en función del tipo de tratamiento y las características del dolor. 

Sin embargo, a pesar de las numerosas investigaciones sobre el tema, la base etiológica específica que subyace a estas diferencias de sexo se desconoce y los sesgos de género (al hablar de sesgos de género nos referimos a los errores que se cometen en la investigación, el diagnóstico, el tratamiento... por no tener en cuenta las características y condiciones de vida propias de mujeres) en relación con el dolor de las mujeres continúan presentes en la práctica clínica. 


Como expresa Carmen Valls en su libro Mujeres invisibles: los sesgos de género en la investigación médica del dolor crónico de las mujeres ha producido una falta de ciencia en el diagnóstico diferencial de las enfermedades biológicas que pueden causar dolor.

Pero además de los aspectos biológicos, para evitar sesgos de género en el diagnóstico y tratamiento del dolor y lograr la salud de las mujeres y la equidad en términos de salud, es necesario considerar la influencia de los roles y de las condiciones de vida (personales, laborales y sociales), ya que aportan información fundamental sobre los determinantes sociales y ambientales del dolor.

Los sesgos de género en el diagnóstico y el tratamiento del dolor dan lugar a circunstancias que empeoran la salud y la calidad de vida de las mujeres entre las que cabe destacar:
  1. La medicalización de la salud de las mujeres mediante la prescripción de fármacos que no resuelven el dolor: fundamentalmente analgésicos, antiinflamatorios y psicofármacos.
  2. La invisibilidad de muchas patologías y/o problemas de predominio femenino que producen dolor y cuyo diagnóstico diferencial permitiría un tratamiento efectivo (miopatía hipo o hipertiroidea, otras miopatías endocrinas,  deficiencia subclínica de vitamina D, Síndrome de miopatía mitocondrial por anemia y deficiencia de hierro, polimialgia reumática, contractura musculoesquelética por estrés o por malas condiciones ergonómicas en el trabajo, etc.).
  3. La desvalorización social y el trato peyorativo que reciben muchas mujeres que al no responder a los analgésicos habituales son designadas como “histéricas” y tratadas con psicofármacos (mujeres con fibromialgia, fatiga crónica, etc…).
Cabe pensar si bajo estos sesgos subyacen los estereotipos dominantes de  feminidad y si son éstos los que están orientando la intervención clínica, como ocurre con la naturalización del dolor de las mujeres como una característica inherente del cuerpo femenino (dolor menstrual, dolor musculo esquelético) y con la interpretación del dolor como expresión corporal de conflictos emocionales y problemas psicológicos, lo que probablemente conduce a un tratamiento sintomático antes que a una exploración profunda de las causas.

Entre las propuestas, que desde una visión feminista de la salud pública se pueden poner en marcha, destaca la necesidad de deconstruir esta visión esencializada y  alejada de las evidencias científicas que ignora que la interrelación de las personas con su entorno (físico y social) influye en el estado de salud y calidad de vida. Esto implica:

  1. Promocionar la investigación de las causas del dolor de las mujeres con enfoque de género, es decir, incorporando las condiciones de vida (personales, laborales, sociales) que pueden estar asociadas a la sintomatología dolorosa, además de considerar los aspectos biológicos subyacentes (cambios hormonales, alteraciones funcionales por déficit de nutrientes).
  2. Promover programas de formación continuada sobre el afrontamiento del dolor de las mujeres como problema de salud pública y la necesidad de establecer un buen diagnóstico diferencial, legitimando su derecho a expresar el dolor.
  3. Incorporar el enfoque de género en las herramientas propias de la salud pública y la atención sanitaria (adecuar los sistemas de registro y de información sanitaria, los protocolos, las guías clínicas, las actividades de EpS, etc.).
  4. Realizar acciones de promoción de salud con las mujeres para difundir el conocimiento científico y desmontar la asociación entre dolor y cuerpo femenino  y  que ellas mismas puedan identificar y reconocer las causas de su dolor y contribuyan a encontrar soluciones. 
  5. Trabajar con las organizaciones de mujeres para contribuir a la deconstrucción de los estereotipos y los mitos en torno a las enfermedades creadas y buscar soluciones al sufrimiento de las mujeres. 
  6. Evaluar las intervenciones para demostrar su efectividad y mantenerlas o modificarlas en función de sus resultados, contribuyendo así a desarticular los mecanismos de la inequidad de género.  


¡TODOS LOS DÍAS SON 8 DE MARZO Y 25 DE NOVIEMBRE! 

Luisa Lasheras Lozano. Médica
Marisa Pires Alcaide. Pedagoga
Promoción de la Salud desde el feminismo  


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